miércoles, 15 de abril de 2009

Miedo y asco en los paisos catalans


No tenía mala pinta la primera vez que oí hablar de ello: Víctor quería celebrar su 25 cumpleaños a lo grande, invitando a Todo El Mundo a una Gran Fiesta en una casa rural alquilada para la ocasión, con djs y demás. Alrededor de 50 personas, y una buena oportunidad para salir de Madrid, 6 parejas, y el resto soltería repartida equitativamente en hombres y mujeres. Como el plan era un poco cansado, el amigo Víctor nos ofreció una casa que tenía en Tarragona. De hecho el plan era ir a Tarragona, recoger a una chica que venía en el Ave, tomar algo por ahí y dormir en su casa.

Así que quedamos el amigo Paco y yo para nuestro viaje, pañuelo de seda en la cabeza y gafas de sol, para salir al mediodía del viernes. A buen ritmo, con singalongs ochenteros, llegamos a Zaragoza a las 4 para intentar comer allí. Varias notas que debéis saber sobre Zaragoza: es grande de cojones, tiene muchas avenidas con semáforos, y casi todos los aparcamientos son de paralíticos. Esa costumbre que hay en Madrid del aparcamiento creativo encima de las aceras y demás se acentúa con los mañicos, y en el centro sólo hay, más que calles de un solo sentido, trampas laberínticas pobladas por esas furgonetas enormes que no te dejan ver y el concepto de los intermitentes largamente olvidado.

Localizamos un parking en la plaza del Pilar, y salimos como zombis: curiosamente los dos hemos sufrido atropellos por furgonetas en un paso de cebra, y al estar un rato en la misma posición duelen esos golpes. Cojeando, apoyados el uno en el otro, logramos salir del parking mientras se nos desentumecían las extremidades.

En Zaragoza no se come a partir de las 4. De hecho, creo que no se hace absolutamente nada. No había nadie en la calle, y cuando te cruzabas con gente, era gente silenciosa. Calles peatonales sin un maldito ruido, ningún niño, parejas que simplemente pasean. Las pizzerías cerraban, los chinos no atendían, y sólo había cafeterías, con lo que concluimos que es una ciudad en la que abunda el tomacafetismo (conocido también como pagafantismo).

Pensamos que en la plaza habría algún sitio de guiris que nos salvaría, y, efectivamente, nos pararon para ofrecernos un menú de 6 euros. Nos miramos, y en esa mirada había tres afirmaciones: no íbamos a encontrar nada mucho mejor, nos íbamos a ahorrar una pasta que nos íbamos a gastar en peajes y gasolina, y que, total, seguro que ibamos a cenar fuerte. El restaurante en sí era tal como prometía, con una televisión donde emitían un magazine de tarde de ¡María del Monte!

Ambos la creíamos muerta, o en un harén lleno de jóvenas vírgenes, o algo parecido, pero no, resulta que presenta un magazine. Y un magazine que magnifica el concepto de magazine de siesta, el concepto de noticias inanes, y el concepto de Canal Sur como el canal más cateto de la televisión actual. La noticia en sí consistía en un coche que no frenó a tiempo en un paso de cebra y atropelló a dos señoras con sus carritos y los hijos, un suceso “que ha conmocionado a todo el pueblo”. En el mejor estilo periodístico, una reportera estaba en la habitación donde las atropelladas estaban en cama, entrevistándolas y demás. Por lo que se veía, el coche no iba muy rápido y tampoco les dio demasiado, pero había que realizar el tópico andaluz del fatalismo exagerado y algo lúdico con el tema de las desgracias. La entrevista era tremenda.

- ¿Y piensa en denunciarle?

- Bueno, no sé, hija, algo habrá que hacer.

- Y sus hijos me dicen que tienen algo de trauma

- [Intervención de María del Monte] Sí, por la información que nos daban las enfermeras, parece que esta noche han dormido [mueca] regular.

- Es cierto, mis hijos están un poco asustados

A lo que María del Monte añadía:

- Bueno, yo sé que ustedes ya lo saben, pero ahora que se van de vacaciones, por favor: muchiiiiiiiisimo cuidado en la carretera, que van con sus familias, y no saben en cualquier momento qué puede pasar.

Con los gestos que hacía y las expresiones de su cara todo quedaba tremendamente cómico. Mientras yo dejaba una menestra ácida a medias y tomábamos unos calamares rebozados, María del Monte explicaba un timo que le había ocurrido a una pobre mujer. Y después dejó paso a llamadas que explicasen otros casos de timo

- Hola María, guapa, mira que desgracia que me ha pasao. El timador ese. Es una mala persona. Le dejo entrar en casa, me dice que no iba a ser nada, y me coloca la fruta.

Tras una conversación de besugos, pues la señora no se hacía explicar, y a nuestra amada comunicadora le costaba reorientar la conversación – porque se ponía a hablar de lo que le dolía la cadera - , resulta que a la mujer le había entrado un tío en casa a dejar una cesta de frutas que estaba en mal estado. Vamos, una gilipollez que ni siquiera era noticia. Eso sí, la señora dijo cabreada el nombre del sujeto, “de Jaén que era”. Pero lo importante era “María, hija, que te admiro mucho, que... que...[sollozo] ¡no sabes las ganas que te tengo de ver!”.


Nos rendimos. En el bar, el dueño, una especie de émulo físico de Einstein con una camisa fucsia, que durmió la mitad del programa, estaba echando una bronca gratuita en la cocina, y el tío daba el suficiente mal rollo como para que quisiéramos largarnos ipso facto. Nos llamó Víctor, diciendo que se iba a retrasar mucho, como una hora y media, así que fuésemos con tranquilidad. Con tranquilidad tomamos un café, con tranquilidad salimos de allí. “Paco, ponemos gasolina cuando salgamos de aquí”.

A la media hora nos volvió a llamar Víctor:

- Donde estáis?

- Pues yendo

- Pero es que ya he llegado ahí

- Pero ¿no te ibas a retrasar una hora y media?

- Bueno, sí, pero porque había perdido el autobus y creía que iba a llegar más tarde, pero luego no

- Joder, pues no sé, tómate un café o algo mientras llegamos. Intentamos darnos prisa o algo.

No nos dimos especial prisa y llegamos a la hora programada, en una Tarragona que se veía bella por unos seres de interior como nosotros, bajando por cuestas rodeando el mar. Al recoger a Víctor:

- Vamos a la estación del Ave a recoger a la mujer esta y luego vamos a mi casa, que está a un rato

- ¿Dónde está la estación del Ave?

- Ni idea, es nueva. No aparece en los mapas.

- Bueno. Por cierto, recordadme que al volver pongamos gasolina.

Llamadas en paralelo nos facilitaron, al final, el nombre del pueblo donde estaba la estación. Basicamente castroculo. Cuento esto por la nota curiosa de que me dio el apretón ahí dentro, entré en el baño, y era claramente un baño de cruising por los ruidos que se escuchaban y porque el reflejo que se veía del cubículo de mi derecha (siempre me pongo en una esquina en un baño público, para que me dejen en paz) había un hombre jugando con su erección. Sonó un móvil, y alguien se puso a berrear con toda la pluma:

- Ay, Rooooosa! ¿Qué tal estás hija? Pues el viaje fe-no-me-nal, la verdad es que el AVE ha sido estupendo, y estamos encantados, nos ha parecido superelegante todo

Y esto vació completamente todos los baños, menos el mio y el del dicharachero (probable) sodomita. Tranquilamente terminé lo que venía a hacer, y esperamos a la chica en un bar, con unas cervezas y un pincho de tortilla para el amigo Víctor, pincho de tortilla que resultó estar bastante asqueroso – previsible, uno no se pilla un pincho de tortilla en una franquicia de una estación, al igual que no se pide pescado en un menú de 8 euros – mientras se veían esas caras de gente solitaria que en realidad no quiere estarlo... que uno relaciona con las antesalas de los sitios de cruising. Al rato de estar hablando sobre lo mucho que prometía el fin de semana, llegó la moza, tacones y minifalda y hablando con el móvil con su acento cordobés y una maleta enorme. Bien, empezaba lo bueno.

- Vale,ahora tenemos que ir al pueblo donde está la casa

- ¿Cómo pueblo? ¿No decías que está en Tarragona?

- Sí, en Tarragona. Bueno, al lado,a 55 kilómetros.

Primera bomba que nos soltó el amigo.

- ¿A 55 kilómetros? ¿Y qué hay ahí?

- No sé, tío, estuve una vez y poco rato

- Pero ¿cómo lo hacemos para cenar?

- Joer, no sé. Podemos ir a Tarragona, cenar ahí, y luego ir hacia la casa

- Bueno, mejor vamos a ir localizando la casa y buscamos algo por el pueblo ¿no?

Bendito sea el invento del GPS, porque si no el viaje a través de peajes y carreteras cada vez más oscuras hubiese sido algo más largo que contar que un intercambio de chascarrillos mientras la cordobesa callaba mirándonos como si observara ratas de laboratorio. O presas, vaya usted a saber. Finalmente llegamos a un pueblo desierto, con alguna farola amarillenta, mucho polvo y comercios cerrados, que respondía al nombre de Miami Playa. Eran las 11 de la noche, así que decidimos buscar algo para comer.

Tras unas 6 vueltas por esa calle larga o carretera o como se quiera llamar que formaba Miami Playa, tras unos cambios de sentido en sitios no indicados (realmente en ningún sitio estaba permitido, no hay señales en esa zona aparte de “dirección prohibida” y “direccion obligatoria”) acabamos en un bar donde había unas personas que, a juzgar por sus caras pálidas, su pelo corto y su habla extraña, eran extranjeras o bolleras. Resultaron ser lo primero, y cuando me contestaron que ahí sí se podía comer (aunque eran 4 gatos y parecían estar a punto de cerrar) entramos corriendo. Tenía hasta una apetecible terraza. Cuando le pedimos estar fuera nos miró raro “...¿seguro que ustedes son españoles?”, pero luego nos dio comida típicamente del norte de Europa: calamares rebozados y patatas bravas. Los calamares eran congelados y chiclosos, practicamente la harina de churro rodeando un anillo de transgénicos, las patatas sabían raras y la salsa brava era una especie de salsa de tomate ácida. Pero la cerveza era maravillosa. En ese momento, sentados alrededor de una mesa, con algo de comer grasiento, copas de cerveza helada, noche negra y cerradísima, sentí, por fin, que estaba de vacaciones.

Iba a ser el único momento en todo el fin de semana.

LA AVENTURA COMIENZA

Tras un interés inusitado por parte de la alemana, o noruega, hacia nuestro amigo Paco – a quien metió mano, hizo caída de ojos, y demás técnicas vikingas de flirteo – cogimos el coche:

- Vale, estamos cerca. En cuanto salgamos del pueblo la casa estará en seguida

- Avisame de todas formas

- Sí, sin problema

Pasamos uno de los locales de la franquicia Club (neones rosas y azules obligatorios) y el cartel del fin del pueblo, echo un ojo a mi amigo Víctor y veo una cara muy seria.

- Tío, esto debería estar en seguida.

- ¿Pero sigo por aquí?

- Es que no lo sé.

Continuamos unos 10 kilómetros hasta que Víctor me dijo que definitivamente nos habíamos pasado.

- ¿Quieres que saque el mapa de carreteras del maletero?

- ¡No! ¡No! ¡Si es que debería estar aquí!

- ¿Pero lo saco?

- ¡Debería estar aquí!

Otros 15 kilómetros en sentido contrario. Veo que Víctor se concentra.

- Esto debería estar... a ver... ¿el gps no tiene una vista normal?

- ¿Cómo normal?

- Que se vea en plan mapa

Ponemos el GPS en plan mapa

- Vale, esto debería estar... aquí, si esto es la playa, porque la playa hacia dónde está?

- No sé, Víctor, tú eres el de aquí

- Joder, es que no me acuerdo!

- Bueno, ¿cómo se llamaba la urbanización o la calle o el sitio?

- La calle ni idea. La urbanización es algo así como Roma Playa o Villa Romana o... espera ¡da la vuelta!

Di la vuelta después de llevarme las manos a la cabeza alrededor de 10 segundos, y respirar profundamente. Por suerte la intuición de éste no estaba equivocada, y al sentido contrario había un cartel que indicaba la urbanización. Un cartel a oscuras. Entramos.

- Eeesto ya me suena,coño!

- Vale, ahora ¿donde vamos?

- ...

- ¿Víctor?

- Tío, que no me acuerdo.

Paro el coche.

- ¿Cómo que no te acuerdas?

- Joder, tío,que no sé. Vine con mis padres una vez de resaca y estuve sobando casi todo el viaje y no me acuerdo!

- Pero ¿y no te has preparado la venida hasta acá?

- No, coño, he estado con la movida del cumpleaños preparándolo todo y se me ha olvidado esto, perdona, joer!

- Vale, sí. Centrémonos. ¿Qué te acuerdas de la casa?

- No sé, era el número 8

- ¿Pero cómo era?

- No sé!

- ¿Piso o apartamento?

- Pues una casa de esas de playa, no sé

- ¿Pero de qué color?

- Pues era así clara, no sé si blanca o más amarilla o así

- Mira tío, con esto no tengo ni puta idea de qué hacer o dónde ir

- Da un par de vueltas a ver si me acuerdo


Las dimos.

- ¿Te suena esto?

- No sé. Sí. No. No sé.

Otro par más

- ¿Y esto?

- Bueno, sí, pero no creo que fuera aquí... ¿por qué no dejas el coche y lo miramos andando?


Como llevábamos un rato dando vueltas no nos pareció mala idea. Salimos a la calle, y ya tuvimos una percepción más clara de lo que era eso: un puñado de nuevas viviendas en 9 manzanas con un 5% de ellas habitadas, y el resto, negro, oscuro.

- Ya me acuerdo de algo, vivimos al lado de un bosque quemado

El bosque quemado. Nadie dijo absolutamente nada a estas alturas porque no hacia falta: más de 5 metros después de cada calle estaba el vacío absoluto. No podíamos hacer nada más que rezar a nuestra deidad favorita que, en alguna de estas, recuperase la cordura y recordase donde estaba la casa.

- Esperad, voy a ir probando las llaves

Esto ya fue el colmo. Sacó el llavero y puso a probar la llave en cada una de las casas que veía, mientras buscábamos como locos el número 8, pero al final sin discriminar en el resto de los números. Nos estábamos viendo pasando la noche en el calabozo, y al final volvimos al coche.

Reserva.

- Víctor, no está esto para seguir dando vueltas y quedarnos totalmente tiraos

- Sí, tienes razón. Mejor ir yendo a la gasolinera.

Marcamos en el GPS la gasolinera más cercana. El coche me indicaba que le quedaban 7 km de gasolina. La gasolinera estaba a 3, en Miami Playa. De sobra.

Cerrada.

Pero no es que estuviera cerrada, es que parecía abandonada. Un neon por dentro y apenas nada más. Y un horario: de 6 de la mañana a 10 de la noche. La próxima gasolinera, en la misma carretera. La chica (a estas alturas me aprendí su nombre: Esperanza), Paco y Víctor salieron del coche para descargar líquidos donde pudiesen y fumar un par de cigarros (no dije nada acerca de fumar en la gasolinera, no tenía ganas ni en pensar en lo surrealista del asunto), así que esperé pacientemente, puse el “Pyramid” de Alan Parsons en el mp3, que lo veía muy propio con lo onírico de la situación, y pedimos al GPS que nos dijera la situación de la próxima gasolinera. A 3,5 km.

Tras un kilómetro por una carretera que redefinía el concepto “no ver un carajo”, vemos un local de la franquicia club con una gasolinera a su lado, que no es que estuviera cerrada, es que parecía abandonada. Nos acercamos con elcoche y tenía luces sólo por un lado, con los surtidores limpios, sonando, pero sin soltar gasolina, algún neón encendido. El resto, oscuro, y cada vez se oia menos, ni siquiera los bichos. En ese momento estaba ya un tanto acojonado, y creo que los demás también.

Buscamos la siguiente gasolinera, venga, a la tercera va la vencida. A otros 7 km. Supuse que aunque el marcador indicase “0”, un “0” de esos acusadores y cabrones – mi coche es lo que tiene, no avisa sonoramente para que pongas gasolina, ni enciende ningún pilotito – me quedaba al menos 10 kilómetros. Al final de esa carretera – ya sin música en el coche, ventanillas subidas, sin aire ni calefacción –, cercadas por pinares, habían dos gasolineras, una enfrente de la otra, en la entrada de una autopista. Más rendidos y dormidos que otra cosa, dejamos el coche parado y nos bajamos para ver si hay algún signo de vida en la primera gasolinera: lógicamente, tenía el mismo estado de oscuridad y neones que las anteriores. Cruzamos la carretera (ensanchada en ese punto, a Víctor y a mí nos daba complejo de conejitos mártires de la autopista) para ver la del otro lado de la autopista... que también estaba cerrada. Con el mismo cartel que las anteriores: cerrada de 10 a 6.

Afortunadamente una furgoneta paró en la gasolinera. Me acerqué a buen paso y el conductor me miró con miedo mientras elevaba la ventanilla. Me acerqué un poco más. Nos quedamos mirándonos un rato, cada uno pensando si el otro no sería un psychokiller con una sierra mecánica escondida, una llave inglesa ensangrentada o cualquier cosa que ese tipo de noches y escenarios suelen esconder. Me arriesgué a pasar por delante de la furgoneta a paso de gato, a punto de pegar un salto y empezar a correr en cualquier momento raro, y el clima se relajó cuando bajó la ventanilla.

- Hola, buenas noches

- Buenas noches

- ¿No sabrás de alguna gasolinera que esté abierta?

- Uff... por esta zona es imposible. Aquí siempre cierran las gasolineras. Fíjate que estaba viniendo yo, que estoy aquí apuntando... bueno, unas cosas de las gasolineras, y eso, las veía todas cerradas, pero es que debe ser que los camiones vienen bien repostaos a esta zona. De todas formas...sí... a unos 20 kilómetros estaba la gasolinera de Felipe, una que está en la autopista en esa dirección, que podrías probar suerte. La verdad que es una pena.

- Sí, bueno... mira, voy a intentar llamar al servicio de carreteras del coche.

- Venga, suerte!

Víctor salió de su escondite – o eso me pareció, al verle aparecer de la nada – y volvimos a hacer el conejo corriendo al otro lado de la carretera. Al ser el coche bastante reciente, tengo un servicio de asistencia en carretera que, seguramente, me iba a acabar ayudando al final de la noche. Les llamé para preguntar por una gasolinera abierta, pero me di cuenta que no me acordaba de ningún nombre de ninguno de los sitios donde había estado. Me bloqueé. Me pasaron un teléfono de la policía local diciéndome que, de todas formas, ellos no tenían esa información, y que les llamase si me quedaba tirado.

Entonces, vino la luz. La furgoneta blanca venía en sentido contrario:

- ¡Eh, chicos! Acabo de ver un camión repostando en un surtidor detrás de la gasolinera, que va con tarjeta. Probad ahí a ver si os vale cualquiera!

Se apagaron los cigarros, nos metimos en el coche, hicimos el cruce más temerario de carretera en la historia reciente, y, efectivamente, detrás de la gasolinera había un surtidor para camiones que pagaba con tarjeta. Víctor se empeñó en pagar 35 euros, aunque le insistí que mi depósito no llegaba para 30, y se equivocó en el número secreto, intentó corregir, se volvió a equivocar, y envió la información. Dio igual: comprobamos que esos surtidores preguntan el número secreto por pura formalidad. Llenamos 31 euros, pensamos qué hacer con los 4 restantes, y al final los dejamos de propina, alegres y contentos porque íbamos a encontrar la casa: Víctor decía que ya sabía dónde estaba.

No era cierto. No lo sabía. Dimos vueltas, más vueltas, y de nuevo la urbanización pasaba de ser una serie de apartamentos de nueva construcción a ser unos puntos monocolor sobre un fondo negro.

- Joder, con lo bien que estaríamos en casa, dejando las cosas, dándonos un bañito en la piscina...

- ¿Que tienes piscina?

-

- ¿Dónde?

- Es comunitaria, en el centro de la urbanización... ¡hostia, para!

Paré

- ¡No, dale la vuelta!

Arranqué y empecé a girar

- No! Bueno, sí!

Paré

- A ver, Víctor, ¿qué quieres que haga?

- Es que estoy seguro de que es esa!

- Vale. ¿Doy la vuelta o no?

-

- ¿Seguro?

- Sí, que tío, que sí

Di la vuelta y le dejé en la puerta de esa urbanización. Probó la llave y abría la puerta. Desde el coche vimos como entraba, miraba todo, iba hacia el fondo en modo sigilo, volvía, reconocía una parte, reconocía otra, y se daba cuenta de que no sabía si su casa estaba ahí. Con lo que volvió a la técnica de probar en todas las puertas.

A la octava parece que acertó, dimos un grito de alegría, sacamos las cosas del coche y entramos en la casa. Imaginad el estado en el que estaríamos que ni encendimos la luz, porque lo veíamos raro. Nos sentíamos en movimiento, agotados, atontados, así que cuando Víctor dijo “anda ¡si tengo en el bolsillo el plano que me hicieron mis padres para que no me perdiese! ¡si creía que me lo había dejado en casa!” ni siquiera nos extrañó y nos sentamos a ver la tele, una hórrida TV Movie de ciencia ficción con un bicho tentacular, multiforme y con dientes que acechaba a unos personajes. Al menos había cervezas. Paco y yo dormíamos en una habitación en camas separadas. Espe y Víctor, en la de los padres.

Así acabó el agotador viernes, tumbándome en la cama y quedándome dormido en cuestión de segundos. Paco me confirmó a la mañana que dormí MUY profundamente.

lunes, 13 de abril de 2009

Juegos: The Shivah

Publicado originalmente en Aventura Y Cia



Puntuación: 4/5

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INTRODUCCION

Dave Gilbert es otro de tantos nombres que está dando vida al mundo independiente de la aventura gráfica mediante buenas historias. La diferencia principal respecto a otros nombres y apellidos comunes está en su tratamiento gráfico: si bien Dark Fall o Scratches son juegos cuyo acabado técnico es bastante impactante, la trilogía de Blackwell o el juego que nos ocupa, The Shivah, no se cortan un pelo en mostrar una resolución de 320x200 en casi todo el juego.

Y quizás sea el soplo de aire fresco más sorprendente de todo este panorama porque sus juegos, pese al acabado técnico más que simple, enganchan una barbaridad y están tremendamente bien diseñados. Su primer juego distribuido a gran escala – hubo una versión freeware, de descarga gratuita – fue este Shivah, un juego donde se ven buenas maneras, buena historia, buenos puzzles y demás detalles que harían envidiar a cualquier casa europea de aventuras gráficas si éstas tuvieran algo de ambición.


HISTORIA

El rabino Russell Stone está pasando una mala época. Su sinagoga está en peor estado que nunca, cada vez va perdiendo más fieles, y la policía le visita para anunciar la muerte de un antiguo miembro de su sinagoga. Cuando oye el nombre del muerto, a Russell le vuelven recuerdos dolorosos de varios episodios, y cuando escucha que toda la herencia ha ido a parar a él, y por tanto es el principal sospechoso de este asesinato, decide resolver el caso por su cuenta.

Así conocerá los aspectos más sórdidos de la ciudad de Nueva Cork, historias de corrupciones, pasados inconfesables, y lidiará con situaciones extremas, al borde de la muerte, donde no le quedará más remedio que encararse con violencia contra lo que más detesta y teme.

COMENTARIO

Da gusto ver que, en un mundo donde las aventuras gráficas están dominadas por estudios europeos que parecen concebir los juegos como una película de Hollywood – tiene que haber tal elemento, tal cosa, una chica, un puzzle con caja fuerte, un elemento sobrenatural y templarios -, existan un puñado de valerosos programadores/creadores/artistas independientes que, simplemente, quieren hacer un buen juego y quieren contar algo mediante una aventura. Da gusto, sobre todo, porque te hace volver a coger la perspectiva, saber qué es lo bueno o no en una aventura, y quitarte de prejuicios de que si te parece un juego clásico de Siera o Lucas una obra maestra es simplemente por razones de nostalgia.

The Shivah es clásico tanto como juego como por su historia. Sí, a todos nos gusta la novela negra y a todos nos gusta la imagen del detective con gabardina y sombrero, pero The Shivah recuerda mucho más a la novela negra más interesante, a la que tiene predominantemente un tono social, crítico con las instituciones, que no trata tanto de resolver un misterio como de retratar podredumbre, corrupción, fascinación por la sordidez. El tipo de novela negra de James M. Cain, Dashiell Hammett, David Goodis o Jim Thompson, el que sólo parecen apreciar unos pocos frente a tanto tópico de investigador saleroso/a arrastrado desde Agatha Christie.


En The Shivah este argumento es tan importante que es imposible hablar del juego sin analizar sus recursos. El protagonista, un rabino cuya parroquia está en decadencia por el tono nihilista de sus enseñanzas – ya sabéis, todo sacerdote debe tener cierto populismo para asegurar el éxito de sus misas – se entera del asesinato de alguien a quien conocía, y ya en ese momento la información empieza a ser dosificada muy poco a poco, con pequeñas pistas. Son los diálogos los que aclaran si el personaje que llevas es positivo o negativo, cuál era la relación con el muerto, y qué trauma anterior hay que separó a estas dos personas, esto último el verdadero enigma del juego.

La historia, pues, se cuenta mediante los recursos clásicos de las aventuras gráficas, llevados por un motor sencillo y gráficos pobres, casi funcionales. Dave Gilbert es capaz de hacerte olvidar esos gráficos, por muy acostumbrado que estés a los últimos retruécanos de luces en los shooters más sofisticados, por el simple placer de la narración. Los diálogos se suceden de forma natural, sin que ninguno suene forzado, juntando el carácter humano con los datos necesarios para resolver puzzles y formar la historia en tu cabeza, en definitiva, sin esa sensación de parrafada-tras-parrafada que dan prácticamente todas las aventuras actuales (permitidme añadir los juegos de rol, los shooters, los de estrategia… todos los juegos actuales, vamos). Los puzzles, sin que dejen de ser los clásicos, nunca caen en la combinatoria y sacan todo el partido a todos los elementos del juego, y son lo suficientemente complicados como para que tengas que prestar atención a lo que cuentan y lo suficientemente claros para que, en todo momento, sepas exactamente qué objetivos hay abiertos y de qué forma se pueden afrontar.

Al más puro estilo “Hardcore” de Paul Schrader, llevamos a un religioso por lugares poco acostumbrados por él, mientras acaba reaccionando de forma violenta ante muchas situaciones, quizás contradiciendo sus principios – o no. El metro, los bares, las sinagogas, los áticos… por la poca duración del juego apenas se visitan uno o dos escenarios de cada tipo, pero suficientes para dar una ambientación opresiva y poderosa. Los finales, catárticos y dramáticos, unen muchos cabos dejando muchos interrogantes abiertos, sobre todo sobre el futuro de todos los personajes.

Quedan por recalcar los puntos negativos: es un juego tremendamente corto – aunque su precio sea de risa – y la calidad gráfica es bastante pobre. No así, sorprendentemente, los sonidos: todos los textos están hablados, y la música, al más puro estilo rabbi, está interpretada con cuidado, a veces dando la impresión de que está muy por encima del resto de apartados técnicos. Pero sobre todo es esa historia la que queda rondando por tu cabeza horas, días después de haber acabado el juego.



La conclusión de todo este buen hacer con tan pocos recursos es que, de nuevo, se redefinen los criterios de valoración para las aventuras gráficas. El primero: los gráficos pueden llegar a perder toda su importancia: en cuanto el juego logre contarte algo y te logra implicar, el aspecto visual es tan prescindible que incluso los juegos conversacionales retoman toda la validez. La segunda conclusión es que es una falacia considerar que es difícil contar una historia con buenos personajes, giros suficientes y puzzles integrados en un videojuego, y que mucho les queda a las casas niponas para llegar a esto en esos juegos con eternas conversaciones con puntos suspensivos y sobredosis de reiteraciones. La tercera es que, no llega a ser por estos juegos independientes y por los nuevos Sam&Max y el mundo de la aventura estaría lleno de meros intentos perezosos y cutres, que no pasan ningún control de calidad, y que, en definitiva, es gente como Dave Gilbert la que se está preocupando de darle algo de dignidad a este género tan denostado.

Queda por mencionar un aspecto bastante insólito en una aventura: Shivah tiene, en su última versión, un modo de juego donde Dave Gilbert va explicando detalles de la creación, como si fueran los comentarios de un Director’s Cut en un DVD. Algo que ya hacen los Sam&Max en sus DVDs, pero con una pista independiente que no tiene nada que ver con el juego. Ver esto es otro detalle del cuidado con el que Dave Gilbert trata a sus clientes. Entonces, si él trata tan bien a los aventureros ¿cómo es que son los juegos de serie Z de ciertas desarrolladoras europeas, que aprovechan de forma indigna personajes de la literatura como reflamo, lo que siguen vendiendo como churros en este país? Una vez jugado a esto ¿cómo es posible que alguien pueda justificar, aunque sea levemente, esas atrocidades que se venden con el nombre de Sherlock Holmes?

CONCLUSION

Muestra del buen estado del panorama independiente – o casi subterráneo – en cuanto a las aventuras gráficas, muestra de la cantidad de sabiduría que tiene Dave Gilbert en cuanto al género y muestra de muchas otras cosas en un juego muy reducido, The Shivah vuelve a poner los puntos en su sitio en cuanto a lo que debe ser una aventura gráfica clásica en 2D. Puzzles equilibrados, diálogos memorables, historia dramática con toques irónicos, y sobre todo, muchísima inteligencia en el mejor mimetismo de la novela negra clásica que haya tenido jamás el ordenador. Recomendado para una experiencia muy breve, pero sobre todo, muy intensa, que retoma los parámetros clásicos para acallar muchas voces que predican sobre el “estancamiento” del género.


Sitio web: http://www.wadjeteyegames.com/shivah.html

Lecturas: Lo Mejor de Connie Willis

Prometí ir colgando cosas en este blog y luego se me fue olvidando. Así que voy a ir recuperando reseñas de TODO, absolutamente TODO, y lo voy a ir colgando. Empecemos con libros, momento negro sobre blanco.



Aunque parezca increíble, aún quedan editoriales grandes de ciencia ficción que editan libros de relatos, y hemos acabado teniendo... bueno, por ahora la mitad de el libro de selecciones de Connie Willis más completo que hay hasta el momento, "Winds of Marble Arch". Esto es casi un acontecimiento porque siempre se ha dicho que lo mejor de Connie Willis son sus relatos, y aunque practicamente toda su obra ha sido traducida, no hemos tenido tanta suerte con Willis en distancias cortas.

Si existe alguien aún que no la conozca, hay que avisar que Connie Willis no es una autora demasiado típica del género, aunque la cantidad de premios que ha recibido puede hacer pensar lo contrario: como bien explica en la introducción, sus influencias vienen tanto de Heinlein como de Damon Runyon y PG Wodehouse, con algo de Agatha Christie y algo de Shakespeare (cómo no), pero sacando factor común de estos escritores se ve una clara intención costumbrista, importancia del diálogo, y dosificación de las sorpresas. De hecho ella es, para muchos, demasiado costumbrista, deteniéndose en detalles cotidianos para observar la reacción de sus personajes, incluso ignorando a largos ratos el contenido de ciencia ficción. Pero esto ocurre en novelas: en relatos cortos tiene bastante variedad, tanto de contenido como de calidad.

La antología comienza con quizás el mejor del volumen, "Los vientos de Marble Arch", donde aparecen sus temas clásicos: costumbrismo mezclado con fantasía, el bombardeo de Londres, la confluencia de líneas temporales esta vez en forma fantasmagórica... hay auténtico sentimiento trágico en los personajes, Willis explica muy bien la confluencia de las historias pasadas sobre el presente, y logra un final emocionante. Lo que sigue tienen varias temáticas: relatos navideños, ambos fabulosos, en "Como solíamos tener" - o cómo nieva inexplicablemente en todo norteamérica, y cómo eso influye positivamente en lo que ocurre a los personajes - y "Carta de navidad", o la historia de invasión silenciosa donde los invadidos se vuelven más amables. Hay también algo de teoría del caos y casualidades en "Luna azul", en una historia apresurada que sólo deja atisbar la genialidad con la que trata en "Por no mencionar al perro" y "Oveja mansa". Hay surrealismo en "Daisy, al sol", aunque no del todo conseguido. Hay sordidez en "Todas mis queridas hijas", aunque algo confusa. Hay un homenaje simpático pero muy forzado a Jack Williamson, y hay dos relatos que, más que relatos, son chistes de banqueta, ocurrencias demasiado didácticas acerca del mundo académico. Y hay un relato fantástico, el justamente legendario "Brigada de incendios", germen de "El libro del día del juicio final".

Como suele ocurrir con los libros de relatos, no sabría decir si es para completistas, si recomendarlo a neófitos para introducirse en la labor de la Willis, o para gente que se haya decepcionado con sus novelas y quiera ver toques de genialidad en pequeñas dosis: la irregularidad intrínseca de estos volúmenes lo hace difícil. Pero sólo por dos o tres relatos diría yo que vale la pena. Esperemos que no tarde mucho Nova en sacar la segunda parte de esta antología - por mucho más cara que la editen, que esta es otra...