jueves, 16 de febrero de 2012

Paro

La verdad, no me lo esperaba. Tras unos cuantos años donde, cada vez que estaba con una baja o con unas vacaciones, me agobiaba pensando en la de trabajo que me quedaba pendiente, no me imaginaba que iba a adaptarme tan bien a la vida sedentaria. Que estoy en paro, tras un fracaso laboral que ya tengo asimilado (NO valgo para consultorías, es así; ni me gusta la gente que se mueve por ellas ni a ellos les gusto yo), y cada semana noto un poco más de esas endorfinas, esas ondas alfa, eso que te deja en un estado equilibrado de relax, de escuchar música saboreando los detalles, de escribir cuando te apetece, de disfrutar de tu casa, tu cuarto, tu cama. De poder ir al gimnasio (sí, soy otro DE ESOS) sin que venga una pesadez mental y un odio al mundo tremendo. De haber perdido las ojeras, haber adelgazado gracias a la comida de casa, de poder leer. De pasarme tardes con el portatil en un Starbucks mientras el café sigue calentito después de una hora.


Es un poco, por repetir el símil, como la escena del campo de amapolas de El Mago de Oz, pero como si esas amapolas no sólo fueran una droga que atonta, sino pudieran quitar las contracturas, desanudar las preocupaciones. El lunes es una gozada, el martes también. No me estoy resfriando, no me da dolor de cabeza, y desde enero no he vuelto a tener esos brutales problemas respiratorios que me amargaban todas las mañanas con ojos llorosos e hinchados, y que siempre eran interpretados en mi oficina como una vida nocturna incompatible con la laboral. ¿Todo esto por qué lo escribo? Porque ni me daba cuenta de la espiral de machaque en la que me había metido, de estar en un trabajo que no me gusta, con gente a la que no gusto, con falta de tiempo para mí y que el poco que tuviera estaba tan criticado por compañeros por pasarlo bien "¿otro festival? ¿pero no vas a parar? Tú tienes demasiada vida social, así no rindes luego, jajajaajajaja, jajajaja [hijo de puta, cabrón, te odio]".

Ay, la consultoría informática. Vuelvo a aconsejar: manteneos lejos de ella. Puedes pasar, como es mi caso, de ser un recurso por el que empresas se pegan, se chantajean, se dan la zancadilla, a ser un recurso apestado, odiado. En cuestión de meses. Y no serás tú: será el dinero, o alguna extraña rencilla personal aleatoria de alguien que se siente amenazado por tu presencia.

Por otro lado, con todo esto rondando por la cabeza, a ver quién es el guapo que se pone a buscar trabajo.

sábado, 11 de febrero de 2012

Un juego: Deus Ex


No sé si os pasa a vosotros, pero a mí me cuesta mucho menos hablar de un libro o un juego cuando estoy a mitad de ello que cuando me lo termino y sólo tengo presente el final, ese final que cierra todas las tramas, y si no todas, las que no se han cerrado se olvidan. Dejas de pensar en ello, y simplemente te quedas con la sensación de si te gustó o no.

Llevo unos meses disfrutando de un juego de hace 10 años. Espera, que ya son 12. Deus Ex es una mezcla entre juego de rol y juego de acción que aprovechaba el muy potente motor del Unreal (inconfundible en los halos de astigmatismo que tienen todas las fuentes de luz) para contar una historia compleja de conspiraciones políticas. Bueno, no, compleja no, pero sí bastante detallada. También fue el juego con el que Ion Storm (mezcla de la gente de Looking Glass con gente que venía del mundo del shareware) mostraba una ambición notable. Es, digamos, un juego puramente de PC, y una de las experiencias más raramente familiares que he tenido con un arcade.

Tiene un antecesor muy claro, que es el magnífico, atmosférico, variado, simplemente perfecto System Shock. Ese juego trataba de infiltrarse en una nave cuya inteligencia artificial se había vuelto loca y homicida, y aprender la historia de esa locura mediante la consulta de correos y logs. Lo de ir avanzando por niveles leyendo mensajitos que expliquen parte de la historia es algo que ha influido en casi todos los shooters posteriores, aunque es en general el primer arcade en primera persona que dio una importancia tan notable a la narración. Deus Ex tiene muchísimos detalles de este, pero le añade elementos de rol que muchas veces pasan desapercibidos aunque estén siempre allí. ¿Qué quiere decir esto?

A ver, recordemos el esquema de un arcade en primera persona. Son juegos separados por niveles donde tienes que llevar al personaje de un punto A a un punto B, a veces por un camino laberíntico, y encontrándose con enemigos a los que hay que cargarse. La ventaja de Deus Ex es que puede ser eso o puede ser esquivar a los enemigos, a lo Metal Gear Solid o Splinter Cell. O se puede aprovechar el nado como forma de exploración. Exploración. Aquí está una de las claves. Una de ellas porque a medida que juego me pregunto qué es lo que consigue esta atmósfera tan especial, este juego que a muy poca gente le dejó de gustar. Y poco a poco voy viendo elementos clave que se repiten con fortuna.

Los elementos se ven mejor cuando se comparan con juegos parecidos: por ejemplo, estoy, a la vez, jugando a Splinter Cell: Chaos Theory, juego de conspiraciones mundiales que te obligan a ti, superagente del imperio, a sacar información de escenarios, sabotear cosas, a veces matar dirigentes, etcétera. El juego te narra entre misiones y durante ellas, y manejas a un personaje carismático llamado Sam Fischer. Bien, con todos estos elementos, el juego es incapaz de hacerte sentir parte de esa historia como hace Deus Ex. Después de un comienzo bastante desastroso, el juego, separado en niveles, parece que se hace a medida de lo que estás haciendo tú, el jugador. No sólo hay enemigos, sino que hay personajes neutrales. Hay conversaciones que se escuchan pasando cerca. Hay periódicos, teles, radios, mensajes de contestador, y sobre todo, hay ordenadores que se pueden "hackear". Todo aporta un nivel más, toda la información rodea sabiamente el momento exacto en el que se encuentra el jugador, y en definitiva, hace eso tan bonito que poquitos juegos consiguen: crea una realidad. Los sonidos, los iconos, el tipo de armas, el nado, las alcantarillas: todo forma parte única, reconocible, inconfundible del mismo juego.

Y además es muy divertido. Fama merecida.

Eso sí, la música se repite, y pese a que el motor de Unreal sea bien potente y se conserve bastante bien, duele jugar a una cosa de hace 12 años.

Una película: J Edgar


La verdad, esto de los biopics es una suerte: siempre te lleva a la pantalla alguien más guapo y más carismático que tú. Este es el primer problema que tengo con la última película de Clint Eastwood: Leonardo DiCaprio es un tío esforzado, que se exige muchísimo en un papel, pero no lo veo como este J Edgar medio estrábico, feo a rabiar, con cara de oficinista venido a más. Hay que alabarlo por su valor, su tesón y tal, pero DiCaprio tiene ese mismo defecto que Matt Damon: no deja de ser esclavo de una cara que le impide ser ciertas personas.

Pero vamos a la peli, que para ser la primera película que veo en el cine en casi un año habrá que hablar de ella. J Edgar trata de los inicios del creador del FBI, de sus motivaciones, y sobre todo de una especie de Brokeback Mountain que forma su relación con Clyde Tolson (otra vez, llevado a la pantalla por un actor demasiado guapo - espectacularmente guapo - para lo que fue el personaje real). Todo esto lo cuenta en forma de biografía dictada que rememora hechos del pasado en forma de flashback. Muy clásico.

Muy clásico y un poco encorsetado, la verdad. Falta que cada vez que hay un flashback empiece a difuminarse la imagen, y no queda muy clara la utilidad narrativa de solapar el tiempo "presente" con el pasado. Pero voy a lo que más me frustra de la película, lo que realmente me molesta, es la diferencia entre las espectativas que me promete y en lo que se acaba centrando: no sé a vosotros, pero a mí me fascina la mente de un paranoico. Y la mente colmena paranoica, de "el enemigo está entre nosotros", ya es una cosa que me provoca casi amor. Lo que más me intriga del amigo J Edgar es cómo llego a ese nivel de obsesión por el enemigo, cómo llegó a ver enemigos en todas partes, si realmente se creía que sus enemigos personales eran enemigos del estado (que estoy seguro de que sí), y sobre todo, cómo era de difícil el panorama político y social para que no le costase nada pasar de una etapa de glorificación del outsider a una donde se alababa la fuerza policial. Eso no lo explica, apenas, Clint Eastwood, y me temo que sea por una razón muy sencilla: es, ya, demasiado "rojo" como para ponerse en la piel de un sentimiento puramente republicano, de nacionalismo xenófobo, clasista, de miedo orgulloso al extraño y extranjero. Hasta que no aparece esa historia de amor platónico no hay por donde coger a los personajes, y diría que ese cambio de tono, de biopic de carácter político a historia de armarización (con una muy inquietante escena de travestismo incluída), es demasiado brusco, demasiado calculado. Es como un salvavidas: Clint Eastwood sabe de amor, así que centra la segunda mitad de la película en esto.

Y caray si sabe rodar sobre amor. Pese a que esa segunda mitad trate de los dos actores principales bajo más maquillaje que Al Pacino en Dick Tracy, y que estos apenas se puedan mover bajo tanto cartón, ahí es donde está la parte emotiva y que domina Eastwood, esa parte de sentimientos que no se saben expresar, de dejar pasar el tiempo, de dar por perdida una relación sentimental, de dejarlo pasar y esperar a que muera, y una vez hecho esto, arrepentirse del tiempo perdido. Ahí me emocioné.

Y vale, hay escenas con una carga simbólica fabulosa, como la del beso lleno de sangre. Pero es una película de armarización de dos personajes que bien podrían llamarse Manolo y Julián, y ser de Cuenca. Es la parte fabulada, y me parece que podría haber sido un guión completamente ajeno adaptado con calzador a la vida del creador del FBI. No sé, a mí me interesa más el momento FBI, y Eastwood parece sólo interesado en demostrarnos que era incapaz hasta de hacer detenciones y que su única valía en la vida era clasificar libros en la biblioteca y poseer un carácter insoportable que le ayudaba a ascender. Judi Dench haciendo de madre objeto de un Edipo de magnitud wagneriana está divertida en el papel de la que se supone culpable del carácter de su hijo, y hay unos cuantos cameos curiosos. Pero vamos, las dos horas y pico se pasan fluidas, y eso, la peli es bonita.

Pero ¿una peli bonita sobre J Edgar Hoover? Me sigue chirriando ese concepto. ¿Qué será lo próximo, un biopic sobre la pubertad de Angela Merkel?