Vuelvo a las andadas tras haber echado un ojo a las antiguas entradas (el antiguo blog churchilliano está bajo llave, pero a unos pocos afortunados he decidido dar entrada a...). Qué coño, me salto los paréntesis: me da un poco de vergüenza y a la vez orgullo el antiguo blog. Orgullo porque lo veo escrito con lucidez y mucho sentido del humor, y vergüenza porque me regodeaba en dos o tres únicos problemas durante muchas y muchas entradas.
Además, notaba cierto trato condescendiente en cuanto hablaba del blog.
Pero claro, no puedo estar tampoco sin hablar de mi vida. Será el ego, pero soy incapaz de hablar de una película si no es de por qué me afecta o no me afecta personalmente. Así que no puedo hablar de nada sin decir qué cosas se van moviendo por mis entrañas.
Volvamos, pues, al diario. Yo bien, gracias, y obviamente, sin novedades. Ha sido un año muy divertido, eso sí: sigo con la racha de pasármelo mejor un año tras otro, y sigo cumpliendo esos objetivos que me iba marcando, poco a poco, con paciencia, disfrutándolos quizás más una vez los he cumplido y pienso sobre ellos. He visitado media península, y he disfrutado de esas maravillosas tardes en terrazas con un café, unos cigarros, y unas cuantas horas por delante. He ido a Nueva York dos semanas y me he empapado de lo que considero el Puerto del Mundo. He ido a todos los festivales de música posibles, al darme cuenta de que, sin duda, son las actividades caras que más feliz - sí, feliz - me hacen.
Sigo, no obstante, con mis mismas manías y paranoias con Los Hombres. Con Los Tíos. Con Ese Ente de personajes masculinos, a los que llevo años viendo con distancia, como si vivieran en un mundo paralelo al mío, perfectamente paralelo, sin puntos de unión. Pero hubo un momento donde dejé de sufrir: puedo estar solo, y así estoy, haciendo vida solo. Viajo solo casi siempre, me hablo a mí mismo, me como mis reflexiones más inmediatas, y quizás me haga falta un cuaderno o, qué leñe, un portátil para ir apuntando ideas, conexiones, revelaciones.
Sí, he disfrutado. Mucho. La visita a Ciudad Real, nevando, en Semana Santa, acogido por una pareja de pura bondad, comiendo, relajándome. El festival SOS, con sus precios baratos, su multitud, y la cantidad de momentos mutuos de "qué bien que estés aquí disfrutando de esto a la vez que yo". Los bares, las pinchadas, las reuniones familiares, el primavera sound, el sonar, el fib, Gijón, Coruña, Barcelona, Islantilla. Los juegos, la música, el coche. Nueva York y su alucinante luz que se refleja en todos los edificios dando una mezcla entre color metálico y cálido. Gente que conoces una noche, que se convierte en amiga o amigo durante unas horas, y luego no vuelves a saber de ellos, en una especie de one night stand célibe. Posibilidad de crecer, ver como las cosas van viniendo.
También otras cosas. El color. Parar a mitad de día y mirar, y disfrutar de los colores, las formas, el polvo que da solidez a la luz, el naranja, el rojo, el verde. El viento que te da consciencia de cada parte de lo que te forma. El comienzo de una canción que pone los pelos de punta. Hace años, en épocas muy difíciles, cuando creía que no había salida, era éste cúmulo de sensaciones lo que me hacía ver que la vida es muy tremenda. No puede haber nada mejor que ver estos verdes, estos azules, y escuchar estas cosas.
Y, de vez en cuando, me pregunto si mi vida no consistirá en sólo pasar por sensaciones. Comiendo palomitas.
martes, 28 de septiembre de 2010
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2 comentarios:
Me da un poco de vergüenza ser el primero en comentar, porque no somos realmente amigos. Pero me gustó compartir unas horitas de este año contigo y la pendeja esa de ojos azules, en Barcelona. Me alegra ver que vuelves a escribir, y que cuentes cosas que sentimos la mayoría de nosotros, la mayoría del tiempo.
Caray, qué sorpresa. La verdad, decidí desconectarme pero luego echaba de menos, no sé... ¿ser sincero?
También me alegré mucho de conocerte. Y ahora te vuelvo a visitar tu casa de letritas, que te tengo abandonado.
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