martes, 2 de octubre de 2012

Cine progre

Mientras estoy intentando arreglar lo de la entrada anterior (qué despacio van las cosas de palacio), os dirijo a un blog temático que hice porque sí, dedicado al cine español más olvidado: el experimental, el intelectual, el progre.

http://cineprogre.blogspot.com.es/

(Obviamente caen frivolidades también)

miércoles, 13 de junio de 2012

Primera decisión tomada

Hola. Estoy acojonado.

Estoy acabando el proyecto - bueno, lo llevo acabando un mes, y otro mes que me queda para acabarlo - y tras esto ya tengo decidido el siguiente paso: irme. Largarme. Hacer la maleta y probar en otro país. Dejarme de prejuicios y dejarme de peterpanadas. Hacerme mayor.

Han operado a mi padre por un tumor que le detectaron, a tiempo, por pura suerte, en un riñón. Anda él con un riñón menos. Por ello no fui al Primavera Sound este año. Por un lado me dio enorme pena: es un evento social, vuelves a encontrarte con gente en pantalón corto, camiseta, cerveza con vaso de plástico, música estupenda de fondo y un cigarro en la mano - si cabe en esta descripción. Por otro me encontraba en casa, picando código, testando código, y aliviado. Desestresado. Como si me hubiera quitado un enorme peso de encima al empezar a quitarme festivales, sin tener que caminar día y noche y sufrir al no poder saludar a gente. Al poder salir y volver a la hora que me apetecía, y sentarme en la barra del bar de siempre. Estoy envejeciendo.

Esta semana he anulado el Sonar. Pensaba anularlo por mi padre, para estar con él, pero no, él está bien. En realidad es que no me apetece lo suficiente para gastarme un dinero que necesito. Tengo que cortar festivales. No puedo, no puedo permitirme 3 días de día y noche, unos 300 euros o más entre comidas, transportes y demás (o el doble, si tiro de AVE), y en realidad tengo que ir acostumbrándome a que la vida de joven acaba. Ha durado pocos años (en realidad sólo fue a partir de 2007 cuando empecé a gastarme el dinero en lo que realmente quería) pero es que la cuenta atrás está aquí, al lado. La estoy viendo. Tiene forma de plan de pensiones, hipoteca, futuro, y la imagen de la gente más mayor que yo que conozco.

Me han convencido para ir a Londres. Me asusta mucho, muchísimo, de mezcla de terror y bajona, y me asusta mucho, muchísimo, porque lo estoy viendo como el plan de futuro, en piso con moqueta con un alquiler absolutamente loco y ejerciendo de IT con gente que no entenderé demasiado bien. Que Dios me pille confesado.

Me estoy poniendo hermoso, tras 6 meses de gimnasio. He perdido peso, he ganado altura, y crujo alguna cervical más de lo que estaba acostumbrado. Me da la impresión de que todo esto es más masturbación que otra cosa, pero aquí estoy, durillo y con más bracito, y haciendo la maleta.

El siguiente paso al "miedo al fracaso paralizante" es el pánico absoluto cuando has tomado una decisión, que lo sepáis.

sábado, 28 de abril de 2012

La moto de las pesadillas


Cuando era niño, durante una etapa de 2 o 3 años, tenía pesadillas todas las noches. Todas y cada una de ellas. No sé muy bien la razón, pero sospecho que es la mezcla del clima ciertamente tenso y violento que había en el colegio con los estallidos de mala leche que había visto en mis hermanas mayores y en mi madre - mucha mujer en mi casa, muchos arrebatos. Qué se le va a hacer, uno era así, lo somatizaba todo, y por las noches toda esa violencia aparecía en la forma más insospechada, con una imaginería tremenda.

La primera pesadilla que recuerdo, y de hecho una de las pocas que sé narrar porque es lo más imaginativo que ha parido mi subconsciente en toda mi puñetera vida (rivalizando con aquel sueño donde mi gato me cantaba boleros), fue una donde aún estaba en una cuna, o al menos en una cama pequeña con maderas para que no me escapase, cosa que probablemente hacía con frecuencia. Esto era en el cuarto del chalet, que compartía con mi hermana más joven (6 años más que yo), con los pies dando al armario, con mi hermana a mi derecha y la ventana a mi izquierda. El sueño comezaba despertándome a mitad de noche, mirando la cama de mi hermana, y viendo que no estaba, mientras oía ruido en el cuarto de arriba, donde dormían mis hermanas mayores. Me levantaba, subía la escalera (una escalera de madera tremendamente traicionera, que aprendí a dominar con el tiempo), y llegaba a la habitación más grande de la planta de arriba, donde estaban mis cuatro hermanas, en camisón. "¡Mira, Carlos, mira!", señalaban a las ventanas. Las ventanas se iluminaban y por ellas pasaban unas siluetas como si estuvieran en un cóctel, de izquierda a derecha, mientras sonaba música. Mis hermanas se partían de risa. "¡Mira, otra vez!" Las siluetas se movían, junto con su ruido de fondo y su música, desde la derecha a la izquierda, pasando por las ventanas. 

- ¡Carlos, cuidado! ¡Escóndete ahora!

No entendía nada. Miraba las ventanas, donde había luces pero no siluetas. Mis hermanas corrían debajo de las dos camas. Corrí a esconderme debajo de una de ellas, pero a mitad de entrar debajo de ellas, algo me agarraba, mientras veía la cara aterrorizada de mi hermana Marta alejándose. Ese algo me dio la vuelta. Era el lobo feroz. Me miró con cara de lobo feroz, me cogió en brazos, atravesó la pared, apareció por el armario de mi cuarto, me deja en la cuna, y se incorpora desapareciendo a través de la puerta del armario cerrada. Desperté, obviamente, mirando esa puerta. Miré a la derecha, y estaba mi hermana, durmiendo. Volví a mirar al armario, y no había rastro de lobos. Dormí.

Poco después se casaron mis dos hermanas mayores (una forma de forzar prematuramente su independencia; no, no hubo penalty), y los cuartos de arriba los compartieron las otras dos hermanas. La que me protegía era Ana, la "pequeña", y muchas veces me iba a dormir a su cuarto tras el primer sueño, que solía ser una pesadilla con final horrorífico si no lograba despertarme antes. Y las tenía de todo tipo. Monstruos con forma de gorila que se creaban en la oscuridad. Casas donde la única inquilina era una asesina. Brujas de blancanieves monstruosas que atravesaban las paredes. La muerte cabalgando llamando en mi ventana, sonriendo. Brujas y hechiceros, serpientes, arañas, vampiros y hombres lobo. Noches que nunca se hacían de día mientras una bruma de muerte esperaba, acechaba.

Así casi siempre. La única forma en la que podía evitar esos miedos era dormir con mi hermana. Me desperaba de esa pesadilla y subía a su habitación, mientras esperaba a que me dejase un trozo en su cama y dormía con ella. Había noches donde mi madre me oía subir, e intentó muchos trucos para que no subiera: me compró una luz que se encendía con color rojizo (que era muy inquietante), e hizo que mi hermana cerrase su habitación. Eso lo hizo sólo una vez: cuando se despertó y abrió la puerta, me vio allí en el suelo, acurrucado, durmiendo. 

Poco a poco fui tomando el control de mis sueños, de mis pesadillas, sobre todo cuando empecé a dormir con la radio encendida. A volumen bajito. Con las mismas baladas de Air Supply, Jefferson Starship y demás AOR sonando todas las noches. Para entonces las pesadillas empezaron a tomar un patrón común: un sueño era normal, relajado, y de repente venía el aviso. 10 golpes. 10 golpes fuertes que avisaban de que venía esa cosa que me quería comer o matar. Tenía esos 10 golpes de tiempo para gritar y despertarme, si no quería despertarme con un susto de muerte, de darme la vuelta y ver unos colmillos que me despedazaban o algo similar. A veces no era algo tan violento: recuerdo una vez que tenía forma de pulpo. El problema era la incertidumbre: una vez habían pasado los 10 golpes, sabía que iba a despertarme de forma muy súbita tras un susto enorme, pero no sabía cuándo iba a llegar.

Y en la última etapa de simbolismo surrealista, le di forma de moto. Forma de algo montado en una moto, algo amenazador, que tras los 10 golpes se acercaba y dejaba el punto muerto, con la moto esperando, mientras, sin verlo nunca, sabía que se había bajado y me estaba buscando. Nunca lo vi, creo que nunca se llegó a materializar en ninguna cosa de terror. Pero agradezco mucho a mi primo Marc un alarde de genialidad que tuvo en esa época, sería más o menos cuando tenía 10 años.

En un viaje a Barcelona acabamos hablando de sueños antes de acostarnos. Yo le conté lo de la moto de las pesadillas. Él me dijo que había soñado con eso también. Que lo que tenía que hacer era dormir con un cuchillo debajo de la almohada. Un cuchillo de postre. Y desde entonces, mis terrores nocturnos desaparecieron, sin que apenas hicieran falta un par de días con ese truco psicológico tan audaz.

Desde entonces, sólo en noches de mucha fiebre tengo sueños tan aterradores. Hay alguno que recuerdo con una sonrisa por su enorme contenido de humor negro, como aquel donde, tras la ventana, había una colina verde, y en la colina verde, un feliz leñador saltarín, y en la mano de ese feliz leñador, un hacha sangrienta, que no veía hasta que el feliz leñador ya había bajado la colina y me miraba alegremente. O ese tan bonito en el que, al montarme en el ascensor de mi casa, éste se despedazaba hasta dejar, donde estaba el espejo, una cruz invertida ¡y ardiente! mientras el ascensor bajaba hacia los abismos. La última pesadilla que recuerdo, y algo que me sigue dando miedo al recordarla, es una donde me encontraba viendo el fin del mundo, con la tierra tragada por lava, y en un peñasco, un cura y unos 20 niños. El cura gritaba al viento "¡y el sexto mandamiento es!" y los niños gritaban "¡no cometerás actos impuros!" y el cura "¡AMEN!" "¡amen!" "¡Y dijo el señor en su octavo mandamiento...!". Alrededor la lava escupía fuego, y trozos de tierra iban cayendo, mientras yo flotaba viendo la escena. Desperté sudando, y diciendo "¡jo-der!".

Todo esto me lo ha inspirado "Intruders" de Fresnadillo, que trata mucho de este tipo de cosas.

jueves, 16 de febrero de 2012

Paro

La verdad, no me lo esperaba. Tras unos cuantos años donde, cada vez que estaba con una baja o con unas vacaciones, me agobiaba pensando en la de trabajo que me quedaba pendiente, no me imaginaba que iba a adaptarme tan bien a la vida sedentaria. Que estoy en paro, tras un fracaso laboral que ya tengo asimilado (NO valgo para consultorías, es así; ni me gusta la gente que se mueve por ellas ni a ellos les gusto yo), y cada semana noto un poco más de esas endorfinas, esas ondas alfa, eso que te deja en un estado equilibrado de relax, de escuchar música saboreando los detalles, de escribir cuando te apetece, de disfrutar de tu casa, tu cuarto, tu cama. De poder ir al gimnasio (sí, soy otro DE ESOS) sin que venga una pesadez mental y un odio al mundo tremendo. De haber perdido las ojeras, haber adelgazado gracias a la comida de casa, de poder leer. De pasarme tardes con el portatil en un Starbucks mientras el café sigue calentito después de una hora.


Es un poco, por repetir el símil, como la escena del campo de amapolas de El Mago de Oz, pero como si esas amapolas no sólo fueran una droga que atonta, sino pudieran quitar las contracturas, desanudar las preocupaciones. El lunes es una gozada, el martes también. No me estoy resfriando, no me da dolor de cabeza, y desde enero no he vuelto a tener esos brutales problemas respiratorios que me amargaban todas las mañanas con ojos llorosos e hinchados, y que siempre eran interpretados en mi oficina como una vida nocturna incompatible con la laboral. ¿Todo esto por qué lo escribo? Porque ni me daba cuenta de la espiral de machaque en la que me había metido, de estar en un trabajo que no me gusta, con gente a la que no gusto, con falta de tiempo para mí y que el poco que tuviera estaba tan criticado por compañeros por pasarlo bien "¿otro festival? ¿pero no vas a parar? Tú tienes demasiada vida social, así no rindes luego, jajajaajajaja, jajajaja [hijo de puta, cabrón, te odio]".

Ay, la consultoría informática. Vuelvo a aconsejar: manteneos lejos de ella. Puedes pasar, como es mi caso, de ser un recurso por el que empresas se pegan, se chantajean, se dan la zancadilla, a ser un recurso apestado, odiado. En cuestión de meses. Y no serás tú: será el dinero, o alguna extraña rencilla personal aleatoria de alguien que se siente amenazado por tu presencia.

Por otro lado, con todo esto rondando por la cabeza, a ver quién es el guapo que se pone a buscar trabajo.

sábado, 11 de febrero de 2012

Un juego: Deus Ex


No sé si os pasa a vosotros, pero a mí me cuesta mucho menos hablar de un libro o un juego cuando estoy a mitad de ello que cuando me lo termino y sólo tengo presente el final, ese final que cierra todas las tramas, y si no todas, las que no se han cerrado se olvidan. Dejas de pensar en ello, y simplemente te quedas con la sensación de si te gustó o no.

Llevo unos meses disfrutando de un juego de hace 10 años. Espera, que ya son 12. Deus Ex es una mezcla entre juego de rol y juego de acción que aprovechaba el muy potente motor del Unreal (inconfundible en los halos de astigmatismo que tienen todas las fuentes de luz) para contar una historia compleja de conspiraciones políticas. Bueno, no, compleja no, pero sí bastante detallada. También fue el juego con el que Ion Storm (mezcla de la gente de Looking Glass con gente que venía del mundo del shareware) mostraba una ambición notable. Es, digamos, un juego puramente de PC, y una de las experiencias más raramente familiares que he tenido con un arcade.

Tiene un antecesor muy claro, que es el magnífico, atmosférico, variado, simplemente perfecto System Shock. Ese juego trataba de infiltrarse en una nave cuya inteligencia artificial se había vuelto loca y homicida, y aprender la historia de esa locura mediante la consulta de correos y logs. Lo de ir avanzando por niveles leyendo mensajitos que expliquen parte de la historia es algo que ha influido en casi todos los shooters posteriores, aunque es en general el primer arcade en primera persona que dio una importancia tan notable a la narración. Deus Ex tiene muchísimos detalles de este, pero le añade elementos de rol que muchas veces pasan desapercibidos aunque estén siempre allí. ¿Qué quiere decir esto?

A ver, recordemos el esquema de un arcade en primera persona. Son juegos separados por niveles donde tienes que llevar al personaje de un punto A a un punto B, a veces por un camino laberíntico, y encontrándose con enemigos a los que hay que cargarse. La ventaja de Deus Ex es que puede ser eso o puede ser esquivar a los enemigos, a lo Metal Gear Solid o Splinter Cell. O se puede aprovechar el nado como forma de exploración. Exploración. Aquí está una de las claves. Una de ellas porque a medida que juego me pregunto qué es lo que consigue esta atmósfera tan especial, este juego que a muy poca gente le dejó de gustar. Y poco a poco voy viendo elementos clave que se repiten con fortuna.

Los elementos se ven mejor cuando se comparan con juegos parecidos: por ejemplo, estoy, a la vez, jugando a Splinter Cell: Chaos Theory, juego de conspiraciones mundiales que te obligan a ti, superagente del imperio, a sacar información de escenarios, sabotear cosas, a veces matar dirigentes, etcétera. El juego te narra entre misiones y durante ellas, y manejas a un personaje carismático llamado Sam Fischer. Bien, con todos estos elementos, el juego es incapaz de hacerte sentir parte de esa historia como hace Deus Ex. Después de un comienzo bastante desastroso, el juego, separado en niveles, parece que se hace a medida de lo que estás haciendo tú, el jugador. No sólo hay enemigos, sino que hay personajes neutrales. Hay conversaciones que se escuchan pasando cerca. Hay periódicos, teles, radios, mensajes de contestador, y sobre todo, hay ordenadores que se pueden "hackear". Todo aporta un nivel más, toda la información rodea sabiamente el momento exacto en el que se encuentra el jugador, y en definitiva, hace eso tan bonito que poquitos juegos consiguen: crea una realidad. Los sonidos, los iconos, el tipo de armas, el nado, las alcantarillas: todo forma parte única, reconocible, inconfundible del mismo juego.

Y además es muy divertido. Fama merecida.

Eso sí, la música se repite, y pese a que el motor de Unreal sea bien potente y se conserve bastante bien, duele jugar a una cosa de hace 12 años.

Una película: J Edgar


La verdad, esto de los biopics es una suerte: siempre te lleva a la pantalla alguien más guapo y más carismático que tú. Este es el primer problema que tengo con la última película de Clint Eastwood: Leonardo DiCaprio es un tío esforzado, que se exige muchísimo en un papel, pero no lo veo como este J Edgar medio estrábico, feo a rabiar, con cara de oficinista venido a más. Hay que alabarlo por su valor, su tesón y tal, pero DiCaprio tiene ese mismo defecto que Matt Damon: no deja de ser esclavo de una cara que le impide ser ciertas personas.

Pero vamos a la peli, que para ser la primera película que veo en el cine en casi un año habrá que hablar de ella. J Edgar trata de los inicios del creador del FBI, de sus motivaciones, y sobre todo de una especie de Brokeback Mountain que forma su relación con Clyde Tolson (otra vez, llevado a la pantalla por un actor demasiado guapo - espectacularmente guapo - para lo que fue el personaje real). Todo esto lo cuenta en forma de biografía dictada que rememora hechos del pasado en forma de flashback. Muy clásico.

Muy clásico y un poco encorsetado, la verdad. Falta que cada vez que hay un flashback empiece a difuminarse la imagen, y no queda muy clara la utilidad narrativa de solapar el tiempo "presente" con el pasado. Pero voy a lo que más me frustra de la película, lo que realmente me molesta, es la diferencia entre las espectativas que me promete y en lo que se acaba centrando: no sé a vosotros, pero a mí me fascina la mente de un paranoico. Y la mente colmena paranoica, de "el enemigo está entre nosotros", ya es una cosa que me provoca casi amor. Lo que más me intriga del amigo J Edgar es cómo llego a ese nivel de obsesión por el enemigo, cómo llegó a ver enemigos en todas partes, si realmente se creía que sus enemigos personales eran enemigos del estado (que estoy seguro de que sí), y sobre todo, cómo era de difícil el panorama político y social para que no le costase nada pasar de una etapa de glorificación del outsider a una donde se alababa la fuerza policial. Eso no lo explica, apenas, Clint Eastwood, y me temo que sea por una razón muy sencilla: es, ya, demasiado "rojo" como para ponerse en la piel de un sentimiento puramente republicano, de nacionalismo xenófobo, clasista, de miedo orgulloso al extraño y extranjero. Hasta que no aparece esa historia de amor platónico no hay por donde coger a los personajes, y diría que ese cambio de tono, de biopic de carácter político a historia de armarización (con una muy inquietante escena de travestismo incluída), es demasiado brusco, demasiado calculado. Es como un salvavidas: Clint Eastwood sabe de amor, así que centra la segunda mitad de la película en esto.

Y caray si sabe rodar sobre amor. Pese a que esa segunda mitad trate de los dos actores principales bajo más maquillaje que Al Pacino en Dick Tracy, y que estos apenas se puedan mover bajo tanto cartón, ahí es donde está la parte emotiva y que domina Eastwood, esa parte de sentimientos que no se saben expresar, de dejar pasar el tiempo, de dar por perdida una relación sentimental, de dejarlo pasar y esperar a que muera, y una vez hecho esto, arrepentirse del tiempo perdido. Ahí me emocioné.

Y vale, hay escenas con una carga simbólica fabulosa, como la del beso lleno de sangre. Pero es una película de armarización de dos personajes que bien podrían llamarse Manolo y Julián, y ser de Cuenca. Es la parte fabulada, y me parece que podría haber sido un guión completamente ajeno adaptado con calzador a la vida del creador del FBI. No sé, a mí me interesa más el momento FBI, y Eastwood parece sólo interesado en demostrarnos que era incapaz hasta de hacer detenciones y que su única valía en la vida era clasificar libros en la biblioteca y poseer un carácter insoportable que le ayudaba a ascender. Judi Dench haciendo de madre objeto de un Edipo de magnitud wagneriana está divertida en el papel de la que se supone culpable del carácter de su hijo, y hay unos cuantos cameos curiosos. Pero vamos, las dos horas y pico se pasan fluidas, y eso, la peli es bonita.

Pero ¿una peli bonita sobre J Edgar Hoover? Me sigue chirriando ese concepto. ¿Qué será lo próximo, un biopic sobre la pubertad de Angela Merkel?

martes, 24 de enero de 2012

Un libro El percherón mortal


Es una maravilla esto de estar en paro y lograr hacer todas esas cosas a las que nunca me daban tiempo o estaba demasiado cansado para hacer. Por ejemplo, leer. Leer libros de esos que tienen papel, que llevan años esperando en la estantería, que sabes que te van a gustar pero que aguantan un día y otro mes y otro año en la parte baja de la pila. Hasta que alguien, un día, menciona un libro, recuerdas que lo tienes, lo coges, y lo devoras. Caso de éste de un señor llamado John Franklin Bardin.

Esto se podría llamar novela de intriga, novela negra, o novela de suspense. O novela hitcockiana con muchos elementos compartidos con Fredric Brown. La cosa va de un psicólogo que recibe a un chaval majo y bien parecido, que le habla de duendes que le obligan a hacer cosas, y que el psicólogo acompaña al chaval, y conoce a los duendes, cosa que provoca una serie de desgracias en su vida y unos cuantos trastornos de personalidad. Es decir, que deja de tener vida.

Lo que comparte con Fredric Brown son dos cosas principales: cómo deja que los elementos oníricos y sobrenaturales no se expliquen hasta el final de la novela, y cómo construye una trama complejísima que siempre te está ocultando un giro más. Claro, que Brown era más de beber, de gente que entre pedal y cogorza resolvía casos. Franklin Bardin trata de que no es difícil tener una crisis y perder la cabeza. Sí, vale, hay un misterio principal, una intriga, pero el psicoanálisis y el cuestionamiento de qué es una persona, qué es una vida e incluso qué es una realidad, no deja de aparecer por cada página. Y eso es lo que cobra importancia de la novela, mucho más que personajes insólitos, mujeres fatal y cliffhangers pronunciadísimos. Y es por esto por lo que recomiendo la novela, que además tiene un tono entre terror y humor que he disfrutado como un enano. Gracieta intended.