domingo, 6 de marzo de 2011

Y tú ¿cuándo lo supiste?


Hay una pregunta típica que te hace la gente normal, pese a muchos años que pasen.

- Tú ¿cuando te diste cuenta de que te gustaban los tíos?

Es una pregunta legítima, y supongo que está relacionada con esa manía que tenemos todos de poner límites, hitos concretos, que nos ayudan a comprenderlo todo. Pero en mi caso es imposible de comprenderlo. Tengo amigos que dicen "yo tenía muy claro que me gustaban las mujeres desde que me enamoré de la chica que nos cuidaba". O el caso opuesto, con el chico. Yo, sinceramente, no tengo ni idea: el darme cuenta de que el sexo era una cosa compleja e imprevisible fue algo muy difuso, sin una frontera, sin comprensión, imperceptible. Jugaba con el ordenador, montaba en bicicleta, en la pubertad me hacía mis pajas sin pensar en nada concreto, y creo que iba con el piloto automático en cuanto a las reacciones hormonales: miraba tales películas y tales fotos para excitarme, pero no exactamente porque fueran lo que me excitaban, sino porque eran mi primer contacto con El Sexo y porque eso es lo que tenía que excitarme. Añádase a eso una educación tremendamente clasista (no homófoba, ojo, sino clasista) y uno se hace una idea del meollo mental que se estaba formando en la adolescencia.

Lo mejor, por tanto, era no pensar en el sexo. El sexo era raro, era incomprensible, no entendía la histeria por el sexo, no me interesaba liarme con chicas. Y eso a las chicas - y a los chicos - les intrigaba, sin que nadie me dijera abiertamente sus sospechas ("maricón!"). Creo que era más fácil pensar que el chico era raro, a secas, que pensar que tenía una armarización de caballo. Por las reacciones que he visto en varias amigas años después, ese desconcierto culpable unido con cabreo y demás, cada vez estoy más convencido de ello.

Sin embargo, sí que me llegué a enamorar unas pocas veces. Enamorar de verdad. De pensar en ellas y que aún recuerde su pelo, su olor, su risa. En tercero de BUP me tocó sentarme entre una rubia y una morena, dos chicas guapísimas entonces que me trataron como su mejor amigo, y con las que llegué a pasarlo realmente mal: era tan gozosa su compañía que por un lado no sabía elegir, y por otro sufría mucho cuando no me hacían caso. La morena, con su languidez, su brillante lenguaje, su risa que aún tengo en la cabeza, era totalmente fascinante, de película francesa de los 70. Ese pelo largo que se le pegaba a la cara, esos ojos negros que pintaba sutil y estratégicamente para no parecer demasiado gótica, esas formas delgadas, y ese olor dulce que tenía. Esa letra escrita con una caligrafía perfecta.

La rubia era una bomba sexual, todo ella. Hace poco la busqué en google y la vi con un grupo no muy diferente con el que iba hace 12 años. Inteligente, con una belleza antigua redondeada (lo típico de "mejillas coloradas, aspecto saludable") y una simpatía arrolladora, era la obsesión de todos los que la rodeaban. Y con ésta sí me declaré, tarde, mal, delante de su novio y poco antes de vomitar un mini entero de calimocho (una anécdota entonces triste y vergonzante, y que ahora la veo como algo muy tierno que hizo otra persona distinta a mí).

Intento viajar en el tiempo al Carlos de entonces, de finales de los 90. Duele un poco. Mi cerebro trabajaba a toda prisa haciéndose preguntas que luego iba enterrando. Con 18 años empezaba a aceptar, a darme cuenta y a reconocer el hecho de que me ponía muy burro cuando un tío fuerte me abrazaba (aunque ni siquiera entendía el concepto de "fuerte": ni siquiera entendía esa reacción hormonal tan selecta). Pero, obviamente, me estaba pillando mucho por la rubia ¿no?. Quizás fue la primera vez donde me encontré que esto del "amor" tiene mucho de entusiasmo fingido, de venga sí, es verdad, pensemos en ello, y como piensas en ello es que estás enamorado. De hecho ya me estaba fabricando una pose de romántico trágico que convenció a amigos y familiares (bueno, casi lo sigue haciendo). Mientras, en otro lugar de mi cabeza, el demonio de la multiplicación de los penes y los mozos iba haciéndose más fuerte.

Estaba desesperado por enamorarme, por que me gustara alguna. Y eso pasó, por última vez, y creo que de la forma más sincera, en un viaje a Bélgica. Ahí ella lo consiguio, la muy zorra, la muy maravillosa obra terrenal, morena, con el pelo corto, siempre vestida de negro, y militante anarquista, con una sonrisa de muchacha del norte que tengo que recuperar en su foto de vez en cuando. Era la futura mujer del hijo de una de las que viajaban (!), y entró como una locomotora en un grupo bien asentado, amenazando a las chicas con quitarles el protagonismo, metiéndonos ideas prefabricadas pero muy bien expuestas (e insólitas en nuestras cabezas) sobre orden social, subiéndome el ego, mirándome con ternura. Ahí, sí. No podía hablar con ella, temblaba, tartamudeaba: era una auténtica diosa que me hacía sentir torpe y niño - y lo era.

Pero era imposible, claro. Partía de la imposibilidad, ese fatalismo romántico del que acabas un poco yonki, y con él daba vueltas escuchando "Una semana en el motor de un autobús" de Los Planetas, mientras lloraba oh tan fatalmente por las esquinas. De hecho hice la prueba mental y ¡oh sí, te excita sexualmente!

Bah, cojones. Era otro truco mental más elaborado para que me fuera elaborando esa imagen de romántico fatalista. Pero lo pasé muy mal por una mujer, por última vez en mi vida, en ese verano donde conocí a Los Planetas y a Underworld. Bebiendo como si no hubiese un mañana, con un estado lamentable, sin poder comer, diciendo a todo el mundo que lo sentía por todos los pecados que había cometido y parte de los que me quedaban por hacer. Esto fue un viaje del coro ¿no lo he mencionado?. Ese coro donde había zorrerío sin consumar, y donde unas cuantas coralistas jóvenes me querían adoptar. Recuerdo, en ese viaje, en un autobús, que una de ellas me dijo "túmbate encima mío". Lo hice, escuchando "línea 1" de "Una semana...". Ella cogió uno de los cascos, se lo puso en la cabeza, mientras yo la miraba, lacrimoso, cantando, y ella me acariciaba el pelo, para que me calmase. Fuera pasaban pastos y más pastos belgas.

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